El equipo se ganó el domingo el respeto de toda la categoría

(Foto: Sportshuelva.com / José Luis Tenor)

Algo que no se puede pesar, medir ni contar, llevaba ausente mucho tiempo del estadio del Recre; algo que no forma parte de las estadísticas pero, cuya ausencia, acababa entristeciendo cada cita de la afición con su equipo. Algo, que el pasado domingo regresó al Nuevo Colombino. Porque, ¿qué es el amor, sino dar, a cambio de nada? La gente le estaba entregando a este grupo su corazón, sin condiciones; y el Recreativo de Abel nos había devuelto el cariño con un ascenso, y un buen inicio de temporada, si miramos la tabla. Pero, quienes no somos resultadistas, echábamos de menos la complicidad; esa que no se ve y que te hace sufrir no ya por el resultado, sino también por ellos, cuando crees que si al final, hubiera marcado el Málaga, habría sido lo más injusto del mundo. No se trata de que otros días no hubieran merecido la mejor de las suertes, ni tampoco de jugar haciendo paredes y al primer toque; nunca se trató de eso: la magia vuelve el domingo cuando el Recre agota sus últimos instantes intentando ganar el partido, contra alguien mucho mayor que él, y empleando todos los recursos que quedan a su alcance. Recreativo 1, Málaga 1; un empate que a muchos les parecerá lo más justo, pero que a mí me sabe a victoria, si realmente es el comienzo de algo.

 

 

Claro que, además de hablar del amor, podemos analizar un poquillo el encuentro. La cosa apuntaba a que el Recre no le iba a disputar el balón al Málaga, no abiertamente; no parece una gran idea si te enfrentas a un centro del campo con Sangalli, Lorenzo, Larrubia o Manu Molina, y que juega al servicio de un 9 (bueno, un 19) en estado de gracia. Eso, además de las roturas que, en el intercambio de golpes, puede hacerte Kevin. Pero eso no quita que los nuestros tuvieran la misma puesta en escena de los últimos encuentros: un comienzo atrevido y, presionando muy arriba, que en un primer intento por sorprender no tiene premio. Así que, la primera parte es un reto que Abel le propone al Málaga: “te defiendo en bloque medio y asumo el riesgo, porque sé que con el balón es fácil que llegues a mi puerta, y hasta que marques primero; pero no olvides que todo ese campo que dejas detrás tuya, es para mi contragolpe”. Sin embargo y, tal y como lo hubiera descrito el mismísimo Groucho Marx, en la primera parte de la primera parte le sale mejor al conjunto visitante porque, mete al Recre tan atrás, que comienza a “hacer la vida” en nuestro área; tanto, que no es lo que quiere nuestro entrenador, pero es que el Málaga también juega. No disfruta de grandes ocasiones pero sí merodea por allí, y hay un momento en el que la distancia entre nuestros atacantes, y su portero, no invita al optimismo.

 

Pero, y volviendo a esa genialidad llamada Una noche en la ópera, en la segunda parte de la primera parte es el Recre quien está cerca de abrir el marcador, gracias a una par de transiciones muy bien llevadas, que meten el miedo en el cuerpo a los malaguistas; a Josiel sólo le impide marcar el larguero y, tras romper las partes contratantes todas las cláusulas de la primera parte, llegan a un acuerdo y firman un empate antes del descanso; el Málaga se queda con la posesión, y el Recre, con las ocasiones.

 

 

Una noche en la ópera no es una tarde de fútbol; tú sabes que Don Juan va a asesinar al Comendador y, por más veces que veas la inconmensurable obra de Mozart y Da Ponte, eso es lo que seguirá pasando. Lo que no sabes es que, tras el descanso y, en nuestro segundo intento por sorprender en los primeros minutos, esta vez sí, Caye “pone al revés” el Colombino; un estadio, por cierto, con 14.750 espectadores entre los que el domingo se encontraba Míster Magoo, responsable de contarlos. Cayegol culmina una gran jugada, y ésta es la gran diferencia entre este partido, y casi casi todos los demás de la era Abel Gómez: en su rol de grande de la categoría, y necesitado de empatar, el Málaga no crea más peligro que el Recre en el suyo de equipo que juega su baza de ir ganando; de hecho y, gracias a unas transiciones muy trabajadas, y a mirar al Málaga a los ojos, yo veo más cerca el segundo nuestro, que el primero de ellos. Pero la moneda sale cruz, y los visitantes igualan la contienda. Y, entonces, sucede: empujado por los 14.750, menos los de Málaga, y más los que Mr. Magoo se deja sin contar, el Recreativo se olvida de con quién está jugando y va a por el partido con todo lo que le queda, haciendo gala de un arrojo inédito por ganar, en unos minutos en los que, normalmente, lo que no quiere es perder.

 

Y podíamos haber perdido, porque después de un gran espectáculo por partes de ambos, la última la tiene ellos, y también estaban en su derecho; en ese caso nos habríamos marchado a casa tristes con el resultado pero contentos con el equipo que, exactamente, es lo que a mí me estaba faltando. No añoraba coraje por parte de los futbolistas, sino ambición desde el banquillo para morir matando, algo poético que te da para soñar con cosas diferentes cada fin de semana, porque el fútbol no es la ópera. Y algo que te permite sentir y sufrir desde la grada como si fueras el propio Luís Alcalde, y que te deja exhausto como él lo estaba, después de casi hora y media moviéndose como pez en el agua; siempre es mejor que “consumir” puntos enlatados, sin vida, y envasados al vacío.

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