Opinión y contracrónica de la debacle de Córdoba

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(Foto: RC Recreativo de Huelva)

Lo que más duele, no es la derrota. Ni siquiera el momento del gol; cuando llega, no gritamos de desconsuelo, sino que agachamos la cabeza, en silencio. Porque eso es lo que más duele, que sabíamos que el tiempo estaba corriendo más despacio que el Córdoba, y el partido tenía pinta de ser uno de esos, de los que al final te pone en tu sitio. Córdoba 1, Recre 0, un suplicio que debió terminar peor y mucho antes, y que me rompe el corazón como cada vez que me “engañan”: creía que aquella tarde, frente  al mar y contra el Málaga, era el comienzo de algo; pero no ha cambiado nada. El Recre volvía a fijar el empate  como meta de su plan de partido, cediendo el balón, el campo y el alma, a un rival que sí honró a su afición. El conjunto cordobesista hizo todo lo posible por ganar y, nosotros, lo indecible por no perder. Algo que no se se entiende pues, en las últimas semanas, el Recre había sido capaz de ver puerta, y estaba teniendo mejores sensaciones; ¿por qué, de pronto y, si lo que funciona no se toca, vuelve el domingo la burra al trigo? Me lo voy a pensar y luego contesto.

 

 

El Córdoba apostaba por correr un poquito más, en el centro del campo, e inventar un poquito mejor, cerca de nuestra portería, y finalmente dejaba a Zalazar como enganche; y con Adilson a un lado, Carracedo al otro y Casas por delante, el ataque estaba servido. A eso hay que sumar que, a pesar de defender con cuatro, sus laterales son largos, y sus centrales, muy buenos;  Gudelj y Lapeña podían sacar el balón jugado o desplazarlo con criterio, con lo que el Córdoba disponía de mil maneras de llegar a Rubén. Pues, ni aún así, pudo controlar el partido en la primera mitad como habría querido; el mejor Josiel desde que llegó a Huelva ponía el encuentro a una velocidad que frenaba al Córdoba, y lo hacía más pequeñito, igualando las fuerzas de los dos equipos. Pero, en el segundo acto, ellos meten una marcha más, nosotros la marcha atrás, y el partido comienza a jugarse, exactamente, donde quiere Iván Ania: en las inmediaciones de nuestra área. Diarra, quien a veces hace el trabajo sucio para otros, se beneficiaba esta vez de que alguien se lo estaba haciendo a él y se sumaba al ataque, y entre todos acabarían embotellando al Recre metro a metro, y minuto a minuto. El Córdoba había sacrificado talento en el pivote, para buscar claridad arriba; nosotros todo el talento que tenemos, para apelotonarnos abajo.

 

Nos tenían muy estudiados, y se sabían al dedillo que nuestra mejor línea son los dos mediocentros; pero también que no tenemos recambio. Por eso, al principio juegan al desgaste y meten mucho pulmón por dentro; pero acaban sacando a Simo, Sala y compañía, bien frescos, para rematar la faena. El gol parece despertarnos del sueño del empate pero, en realidad, pone fin a una pesadilla; una de esas en las que alguien te persigue y te persigue hasta que, al final, te caza. Y es que el encuentro me recuerda peligrosamente el disputado frente al Castellón, en el que el Recre se limitó a esperar un resbalón para poder presumir de ocasión de Caye en rueda de prensa, y en el que no se intentó nada, para tratar de cambiar una dinámica cuya crónica podría haber escrito García Márquez: la de una muerte anunciada.

 

 

Conformismo sociológico, que no debemos confundir con realismo cronológico: en estos tiempos que corren, el Recreativo es aspirante a mantener la categoría; pero eso no quiere decir que, el único modo de conseguirlo, sea renunciar a la victoria. Porque esa es mi respuesta a la pregunta de arriba: ¿no será, que según contra quién y/o en qué estadio juguemos, competimos más o competimos menos? Un pensamiento terrible que hablaría de presupuestar los esfuerzos de la temporada, y de distinguir entre rivales ganables y rivales sondeables, pero que explicaría estos bandazos estratégicos; un conformismo metodológico que podría hasta dar resultado, pero que traspasa todas mis líneas rojas como recreativista.

 

Al grupo no le falta compromiso, y sigo creyendo que entre los que juegan, y también entre algunos de los que no juegan, tenemos un puñado de futbolistas capaces de competir y de ganar partidos; pero el daño que están haciendo los que ni están, ni se les espera, es enorme, y nos pone en evidencia cada última media hora, de cada jornada que disputamos. Abel Gómez no tiene la culpa de esto, pero sí es el responsable de dirigir a aquellos en los que sí confía, y contra el Córdoba pareció como si les hubiese amarrado a un poste, y no pudieran llegar a todos los puntos del campo. Me cuesta creer que Rahim, Alcalde o Antonio Domínguez no puedan jugar a otra cosa, y me cuesta porque ya les he visto hacerlo, y porque veo más arrojo, más recursos y más capacidad de respuesta en cada equipo de 1ª RFEF ,que tengo el gusto de ver cada fin de semana. Tal vez nos hayamos salido del camino. O tal vez no; probablemente, las cosas no se ven igual, desde el conformismo más ideológico.

 

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