(1ª Parte)

(Foto: @badmintonphoto)

«Te has pasado siete pueblos, chaval», me dijo alguien sentado justo detrás mía en la grada, al oír cómo segundos antes le decía a quien me acompañaba: «esta niña será un día Campeona de Europa». Asistíamos a un partido de la liga española y, para entonces, Carolina Marín ya era intratable en el individual femenino. Lo que no sabíamos ninguno de los dos y, nos encontrábamos en algún punto del año 2013, es que nadie más que no se llamase Carolina Marín volvería a ganar un Campeonato de Europa Absoluto, al menos, hasta hoy. Lo cierto es que la anécdota no deja tanto en mal lugar a esa persona, como a mí, que me quedé tan pancho como «corto», cuando meses más tarde Caro le pasaba por encima a Anna Thea Madsen.

 

Pero aún le quedaba algo por hacer a Carolina en 2014; nada, un pequeño detalle: cambiar por completo el curso de la historia. En bádminton, te haces más fuerte cuanto más pierdes; es como si, con cada derrota, fueses llenando un baúl con cada cruzado que te mandó al suelo, con cada volante que dejaste en la red, o con cada una de las malas decisiones que te costó un partido. Sólo hay que elegir bien el día que abres ese baúl, porque si gestiones bien todo lo que hay dentro se vuelve a tu favor y, la onubense, decidió hacerlo el 31 de agosto de 2014.

 

Carolina Marín no nació estrella; no vino al mundo con una raqueta bajo el brazo ni deslumbró a todos la primera vez que golpeó un volante. Es una jugadora hecha a sí misma, de esas que de pequeña observaba como parecía que a otras se les daba mejor, al tiempo que se conjuraba para hacer lo que casi nadie pensaba que podía hacer: el «puedoporquepiensoquepuedo» sí es de cuna porque, de otro modo, no hubiese llegado como llegó, a esa mañana en Copenhaguen.

 

Li Xuerui tal vez sea la rival más formidable a la que jamás se haya enfrentado Carolina. Ya se habían visto en Londres 2012 pero, entonces, la nuestra apenas pudo «saludarla» en la pista. Aún no estaba lista. Lo que la jugadora china no sabía entonces, ni ninguno de nosotros, es que dos años más tarde su oponente iba a mostrarle en la pista todo aquello de lo que es capaz, alguien que no era ganadora en la línea de salida. Ya nada sería igual a partir de esa final del campeonato del mundo.

 

Hasta ese preciso instante de aquel último día de agosto, la rival “no importaba”; «sólo» había que ser, entre cientos de miles, la que golpeara más fuerte, y la que devolviera el mayor número de volantes; y, si se trataba de eso, el paralelo de Li podía perforar el suelo, y su defensa era el equivalente a plantar detrás de la red, la mismísima Gran Muralla de su país. Pero ese día Carolina no fue a por el partido; fue a por ella. Salió con un plan de juego basado en el estudio de su rival y que hacía el 90% del trabajo: sacarla de la zona de la pista donde se sentía cómoda, para hacerla dudar a la hora de bajar el volante, y empujarla así a la red. Allí, una invitada que no esperaban las asiáticas a la fiesta se debía encargar del resto: la imaginación, de Carolina.

 

Aún así, Li Xuerui se mostró tan rocosa que ganó la primera manga, y cuando se puso 10-5 en la segunda, todo parecía perdido. Pero entonces, Fernando Rivas susurró a su pupila lo que necesitaba oír: «si quieres ganar esto, vas a tener que morir en la pista». Y despertó a la bestia, para siempre. Nadie de nuestro sistema solar, excepto ella, habría podido dar la vuelta a ese partido y, muriendo en la pista, lo ganó. Fue la presentación en sociedad del «puedoporquepiensoquepuedo», y el comienzo de una nueva era: las jugadoras asiáticas comprendieron que, desde ese día, o entrenaban escondidas en una cueva, o Carolina Marín descubriría sus debilidades, y encontraría el camino para derrotarlas. Y las obligó a todas a estudiarse las unas a las otras con un nivel de minuciosidad hasta entonces desconocido; tanto, que de hecho tardaron en reaccionar y, durante los primeros meses de 2015, “hambrienta” y con 21 años, la nueva Campeona del mundo se dedicó a ir por ahí “sembrando el pánico”, y se “puso las botas”…

 

Continuará.

 

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