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El Decano cae en Sevilla y sus fieles firman otro acto de fe incondicional

“El equipo lo ha dado todo, pero nos ha faltado el acierto”


1500 aficionados recreativistas se desplazaron a Sevilla / Recreativo de Huelva

Hay días en los que el fútbol trasciende lo deportivo. Que no se olvidan con el pitido final. Que se clavan como una espina, que dejan marcas, que duelen más allá del resultado. Días que te acompañan hasta el siguiente fin de semana, sabiendo, con resignación, que puedes volver a caer, que la recaída puede ser aún más dolorosa.

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El Recreativo, aunque dispuso de ocasiones suficientes, volvió a estrellarse contra sus propios errores: ineficacia arriba e inconsistencia atrás. Cayó 2-0 en Sevilla. El contexto ya era complicado, pero ahora es casi agónico. Dependía de sí mismo para dar un golpe sobre la mesa y los únicos golpes fueron los dos del filial hispalense. El quebradero de cabeza fue real. El Viernes de Dolores fue más literal que nunca. No hablo del calendario litúrgico, sino de la sensación compartida de alma resquebrajada. Un vía crucis sin redención. No fue solo perder: fue dejar pasar otra oportunidad cuando ya apenas quedan.

Y, sin embargo, cuando todo parece desvanecerse, aparecen ellos. Los mil quinientos recreativistas que se echaron la fe al hombro y salieron en peregrinación hacia la ciudad vecina. No por clasificación. No por confianza. Por fidelidad. Por convicción. Por amor. Porque estar, creer y seguir, incluso cuando ya no quedan motivos, también es parte de esta liturgia.

Ellos son los que cada año se engalanan con su túnica albiazul, portando el escudo en el pecho como si fuera una medalla. Son los que resisten al descrédito, al escepticismo y a la tormenta. Son los que convierten el fútbol en religión y al Recre en su credo. Son los que abrazan el peso de la historia. La de quienes saben que el Decano no siempre gana, pero nunca deja de estar.

No hubo redención. Tampoco milagro. Solo un silencio denso que no impide seguir caminando. Porque el recreativismo no se lleva por fuera. Se sufre por dentro. Esa es su penitencia, que se asume, que se abraza, que se convierte en forma de vida. El recreativismo no se explica. Se siente. Se sangra. Se mantiene. Se hereda.

Y cuando el balón vuelva a rodar, no será solo un partido más. Será, como siempre, un nuevo acto de fe.